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Queridos diocesanos: Llegamos un año más a las fiestas de la Navidad, y quiero dirigirme a todos vosotros para desearos la bendición del Niño Dios. La plegaria de la Iglesia de estos días habla de la Navidad como de una fiesta de gozo y salvación que ha de celebrarse con alegría desbordante. Pasamos por malos momentos por causas diversas. La más notoria es la grave crisis económica y social que ha dejado sin trabajo a tantos millones de personas, entre las cuales se cuentan familias enteras.

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Muchas de estas personas y familias han traspasado ya el nivel de la pobreza, viven en estado de necesidad y soportan la crisis gracias al auxilio tan sólo de subsidios oficiales y al amparo de la solidaridad fraterna de las comunidades cristianas, y de aquellas instituciones y voluntariado que generosamente, en la medida de sus posibilidades, se prestan a cubrir las necesidades más perentorias de los demás.

Sin embargo, aún siendo esta crisis la causa de tantas necesidades, la situación actual refleja un malestar y unas carencias que se deben a otros factores, los cuales se encuentran también en el fondo de la crisis económica y social que padecemos. Se trata de la pérdida de valores cristianos que si se cultivaran con fe podrían orientar la conducta privada y pública de las personas, dando cauce a la esperanza en un futuro mejor.

La crisis social requiere un tratamiento adecuado a su propia naturaleza económica, pero necesita sobre todo de un cambio profundo en las personas para que produzca los efectos sociales deseados. Si no se combate la tendencia del ser humano a la corrupción y al lucro fácil, que no repara en las consecuencias que para los demás, sobre todo los más pobres, tienen las conductas inmorales en la economía y el ejercicio del poder político, difícilmente se podrán atajar en sus raíces las causas de la crisis que nos agobia. Se requiere un saneamiento moral de las conductas personales y públicas, una regeneración de la sociedad que lleve a las personas a respetar y valorar la ley como medio para lograr una ordenación de la vida social acorde con los principios trascendentes de la vida. Una moral pública igual que privada no puede soslayar el hecho de que Dios es el fundamento de la vida del hombre y de la paz social.

No aprovecharíamos estas fiestas de paz y gozo en el hogar familiar, si no nos dejáramos impactar por la humanidad del Niño Dios, que golpea nuestro corazón para despertar en nosotros sentimientos de fraternidad y amor al prójimo. La Navidad trae hasta nosotros el mensaje de Belén: ¡Paz a los hombres de buena voluntad! Una paz que sólo llega con el desalojo de nuestro corazón de todo sentimiento malo, dejando que surjan con espontaneidad los sentimientos de perdón y benevolencia hacia los demás.

La vida de una sociedad como la nuestra, inspirada secularmente por sentimientos cristianos, no puede dar cabida a la descalificación de unos grupos sociales por otros. Todos somos necesarios para afrontar un futuro de esperanza e integración. Cuando las reivindicaciones, que pueden ser legítimas, se convierten en la única forma de relación con los demás, la sociedad enferma y pierde cohesión. Por eso la fe cristiana desarrolla sentimientos de fraternidad y contribuye de forma decisiva a la paz de la sociedad y a la integración en ella de sus miembros.

Al invitaros a todos a celebrar estas fiestas navideñas con gozo, quiero recordar que sólo podrán ser fiestas de salvación si somos capaces de desechar todos los prejuicios y agresividades que llevamos dentro, prontos a asumir el esfuerzo y el sacrificio que exige la contribución al bien común; y dispuestos a afrontar unidos el mismo empeño de superar las dificultades del presente mediante la solidaridad fraterna.

No dejéis de tener presentes estos días a cuantos más sufren: a las personas que no tienen trabajo y los más pobres, los que padecen causa de enfermedades incurables o crónicas; los que carecen de hogar o han visto hipotecado su domicilio después de años de trabajo sin mayor fortuna. No hemos de olvidarnos tampoco de aquellos que no pueden seguir creyendo en la bondad de Dios ante las dificultades que la vida les presenta.

A todos invito a dejarse visitar por la ternura de Dios aparecida en nuestra carne en el portal de Belén; a dejarse tocar por tanto amor como el que nos muestra la Virgen Madre junto al Niño recién nacido y colocado en un humilde pesebre como única cuna en la cual recibe el calor que los hombres le negaron y no le dieron a su tiempo.

Al contemplar a María y a José absortos ante el Niño que trae la paz de Dios, hagamos el propósito de ser personas de paz, para poder acoger a Dios, el único capaz de desterrar las guerras y acabar con la violencia infligida contra la dignidad del ser humano, privándole de sus derechos fundamentales en tantos lugares de la tierra.

Que cese la violencia del integrismo de aquellos grupos sociales que pretenden imponer a los demás su propia visión del mundo por la fuerza y poniendo en peligro la convivencia entre las naciones. Que nadie ejerza el poder contra los derechos de los demás y nadie prive a las personas y colectividades sociales del ejercicio pacífico de la religión. Que podamos tributar a Dios la adoración que sólo él puede recibir, y nos dejemos inspirar por los principios morales que orientan una conducta recta privada y pública.

Cuando algunos pretenden eliminar de los espacios públicos los signos religiosos contra la fe y el sentimiento de las mayorías, al mirar estas Navidades las humildes figuras del Belén y contemplar en ellas la humanidad de Dios hecho carne en la fragilidad de Jesús Niño, dejemos surgir en nosotros un hondo sentimiento de agradecimiento a Dios por la fe cristiana que da sentido a nuestra vida y nos abre al fundamento trascendente de la dignidad de la persona humana.

Dejemos, sí, que nos invada un sentimiento hondo de amor por la vida contra una cultura de la muerte, cuya sombra se alarga sobre los niños que no han de nacer y los ancianos y enfermos incurables que parecen no tener lugar en una sociedad regida por lo útil y placentero.

La reciente visita del Papa Benedicto XVI a Santiago, con motivo del Año Santo, y a Barcelona, para consagrar la basílica de la Sagrada Familia, ha contribuido decisivamente a reavivar el sentido cristiano de nuestra tradición religiosa y cultural cristiana. Tenemos los ojos y el corazón puestos en la Jornada Mundial de la Juventud que el próximo año de 2011 traerá de nuevo al Santo Padre a España. Quiera el Señor que esta Jornada sirva a la evangelización de la juventud y a la educación cristiana de las nuevas generaciones.

En estos días acabamos de abrir el Año Jubilar diocesano que con motivo del IV Centenario de la Santa Cruz del Voto de la Villa de Canjáyar, ha querido concedernos el Papa por medio de la Penitenciaría Apostólica. Animo a todos los diocesanos, y a cuantos quieran aceptar nuestra invitación a venir hasta la Cruz del Voto, a esperar del júbilo que trae consigo el perdón de Dios una verdadera renovación espiritual, que ayude a transmitir la fe íntegra a los niños y a los jóvenes, deseando crezcan en familias cristianas que tengan su espejo en el hogar de Nazaret.

Al recordar en estos días navideños con especial afecto a cuantos sufren, a los que se hallan alejados de sus hogares por razones de trabajo, o han tenido que dejar su país de origen buscando un mayor bienestar, o por motivos de conciencia, quisiera pedir para ellos un hueco en vuestro corazón y la mejor acogida entre nosotros que podamos dispensarles.

Hago extensiva esta felicitación navideña a las comunidades cristianas de otras confesiones que celebran con nosotros el nacimiento de nuestro Salvador, y pido al Niño nacido en Belén su bendición para todos y cada uno de vosotros, para las familias y las comunidades parroquiales y religiosas. Al mismo tiempo, quiero expresar mi deseo de que el Año nuevo traiga para todos signos positivos de mejora y superación de cuantas carencias materiales y espirituales hemos vivido en este año que termina.

Os deseo a todos una feliz Navidad con los mejores deseos de bendición.


Nochebuena de 2010.


X Adolfo González Montes


Obispo de Almería

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